jueves, enero 31, 2008

Abelardo y Eloísa


Abelardo fue un joven y famoso teólogo francés del siglo XII, profesor de la catedral de Notre Dame, en París.
Eloísa había nacido en París, en 1101. Desde muy niña se mostró particularmente dotada para la vida intelectual. Completó el estudio de las artes liberales (las enseñadas en las facultades de arte medievales): gramática, dialéctica y retórica (Trivium); aritmética, geometría, astronomía y música (Quadrivium), y ese amor por la sabiduría decidió a Fulbert, tío y tutor suyo, para que Abelardo entrara a su casa como preceptor de Eloísa, con el permiso expreso de corregirla con castigos, si fuera necesario. Entonces, una violenta pasión se apoderó de preceptor y discípula.
Esto contrariaba los planes del tío de Eloísa de casarla con un importante aristócrata. Se fugaron a las tierras de Abelardo en Bretaña, contrajeron matrimonio y tuvieron un hijo.
El tío de Eloísa no pudo perdonar a Abelardo. Para vengarse, contrató a un grupo de matones. Entraron de noche a la casa de Abelardo. Mientras dormía, lo sujetaron con las piernas abiertas y lo castraron con un cuchillo, a sangre fría.
Pasados los primeros días de dolor, Abelardo comenzó a sumirse en una gran depresión. Eloísa, joven aún, se negaba a aceptar esta pavorosa mutilación de su amado y le repetía que seguiría queriéndolo toda la vida. Sin embargo,Abelardo finalmente decidió meterse a monje, a pesar de las protestas de su mujer.
Este es solo el comienzo de la larga historia de Abelardo y Eloísa. Aunque a ella no le quedó más remedio que meterse a monja también, pasó el resto de su vida enamorada de Abelardo. Nunca dejó de amarlo. Tampoco perdonó jamás a su tío por la cruel mutilación que le había robado la felicidad. Abelardo más o menos se resignó, llegó a creer que su tragedia era un merecido castigo divino. A Eloísa, en cambio, le ocurrió lo contrario: cada día se sentía más rebelde contra el mundo y crecía más su angustia. Sus cartas reflejan la desolación de una mujer atormentada hasta el final de sus días. Dice la leyenda que Eloísa, monja y abadesa de su convento, murió maldiciendo a Dios: nunca se resignó a vivir sin Abelardo.
También dice la leyenda que Eloísa, a punto de morir en el año 1164, pidió que la enterraran con su marido.

En sentido contrario a lo que suele creerse, en !a Edad Media existe, a nivel del saber y de la enseñanza, una relativa igualdad. Empezando por las capas más bajas de la sociedad, en su mayoría campesinas, se advierte una ausencia generalizada de instrucción, tanto para los hombres como para las mujeres; éstas participan así de las conversaciones y de la vida social en posición de igualdad con sus maridos o hermanos. En un tipo de sociedad en el cual reina el analfabetismo, la transmisión oral de la cultura se realiza tanto a través de la madre o del padre a los hijos, como entre vecinos o vecinas, etc.
A un nivel social un poco más elevado se encuentra ya una mayor diferencia: los que más estudios prosiguen son los clérigos, oficio de varones, a pesar de la rebeldía femenina contra ese «monopolio» expresada por la abadesa de Las Huelgas de Burgos y por la de Palencia* en el siglo XIII. (Esa contestación costó a las abadesas la confiscación de sus rentas y la excomunión). Sin embargo, desde el siglo VI, se exigía que las monjas supieran leer y escribir.
Encontramos manuscritos de diferentes bibliotecas, escritos y redactados por canonisas de diferentes conventos en el siglo XI. Estas mujeres conocían a los autores clásicos y componían versos con facilidad. El caso de Eloísa es el ejemplo más conocido de esa cultura femenina medieval. Una prueba, el párrafo que se añadió al Sachsenspiegel-”Espejo de Sajonia”, recopilación de costumbres germánicas- en 1270: «Siendo cierto que los libros no son leídos más que por las mujeres, deben por lo tanto corresponderles en herencia».
A partir del siglo XIII, con el desarrollo de la vida urbana, se crean escuelas comunales. En 1320 existía en Bruselas una escuela para niños y otra para niñas; en esta última enseñaban unas maestras pagadas por la ciudad. En París, en 1380, se contaban veinte escuelas para las niñas. La enseñanza era gratuita e incluía lectura, cálculo, canto, escritura y enseñanza religiosa. Existían también, en esta época, escuelas privadas para niñas en Flandes y Alemania.
El Derecho medieval, heredero del Derecho romano y del Derecho germánico, suele considerar a la mujer como a un ser menor de edad. En los países de derecho oral basado sobre las costumbres, quizás más emparentado con la legislación germánica, no se reconoce la tutela paterna sobre la mujer mayor de edad, pero sí la potestad marital. En los países de derecho escrito -que corresponden a la Europa meridional: Italia, Península Ibérica, Sur de Francia-, a la tutela del padre sigue la del marido. La mujer, en la mayoría de los casos, no puede disponer de su fortuna, administrar sus bienes, o presentarse ante un tribunal; para cualquiera de estas gestiones sin la presencia de un hombre -padre, marido, hermano o tutor.
Junto al Derecho, La Iglesia Romana, basándose en numerosas referencias bíblicas, asimilando la doctrina culpabilizadora de San Agustín, promociona una gran campaña «antifeminista», A pesar de las opiniones de Abelardo y de Robert d' Arbrissel, a finales del siglo XI, que proclamaban la igualdad del hombre y de la mujer, la imagen que se impone es la de la mujer como tentadora, como ser débil, pecadora, creada del hombre y para su servicio.

* Interesante conocer las "Letras apostólicas" dirigidas por Inocencio III a ios Obispos de Burgos y Palencia y al Abad de Morimundo (40), que encierran una severa repulsa del Pontífice:

«A los Obispos de Palencia y Burgos y al Abad de Morimundo. Poco hace han llegado a nuestros oídos ciertas novedades, de las cuales nos maravillamos en gran manera, a saber: que las Abadesas de los Monasterios situados en las diócesis de Palencia y Burgos, bendicen a sus propias monjas, oyen las confesiones de sus pecados, y leyendo el Evangelio presumen predicarlo públicamente. Siendo esto nunca oído y absurdo, y no pudiendo nosotros tolerarlo en modo alguno, mandamos a vuestra discreción por este Escrito Apostólico que procuréis prohibir firmemente con Autoridad Apostólica que esto vuelva a hacerse. Porque, aunque la Santísima Virgen María fue más digna y excelsa que todos los Apóstoles, sin embargo, no a ,aquélla, sino a éstos entregó el Señor las llaves del reino celestial. Dado en el Palacio de Letrán, día tercero de los Idus de Diciembre, año decimotercero de nuestro Pontificado» (11 de diciembre de 1210)

1 comentario:

Juana G. Linares dijo...

Interesante artículo sobre el papel de la mujer en la Edad Media. Y más interesante aún la elección de la figura de Eloísa para ilustrarlo. Quizás sea la mujer más innovadora y más moderna a la hora de expresar sus ideas sobre el amor.
Cuando se queda embarazada se niega a casarse con Abelardo, para "salvar su honor", si no es por auténtico amor.
Cuando se separa de Abelardo e ingresa en el convento lo hace para preservar su libertad, para poder dedicar su vida al estudio y a la escritura.
Cuando Abelardo pierde su interés físico por ella tras su castración y se vuelve "hacia Dios", ella, por medio de sus cartas, recrea todo un mundo de amor que es la justificación de su vida. Por eso su insistencia en que le escriba, como hace en el siguiente texto utilizando, a su vez, palabras de Séneca:

«...Séneca, en un pasaje de las cartas a Lucilio, analiza la alegría que se experimenta al recibir una carta de un amigo ausente. «Os agradezco - dice - por escribirme con frecuencia. Vos os mostráis a mí así, de la única manera que os es posible. Cuando recibo una de vuestras cartas de inmediato estamos reunidos. Si los retratos de nuestros amigos nos son queridos, si renuevan su recuerdo y calman, con un vano y engañoso consuelo, la tristeza de la ausencia, las cartas son todavía más dulces, pues nos aportan una imagen viviente» Gracias a Dios ninguno de tus enemigos podrá impedirte entregarnos por este medio tu presencia; ningún obstáculo material se opone a ello. Te lo suplico que no falten por negligencia!...»

Pero Abelardo solo habla de amor divino, con un tono de resignación por considerarse culpable de su situación. Solo en la última carta Abelardo compone una oración dedicada a Eloísa donde vuelve a aparecer el tono íntimo del amante, como si se tratara de un reconocimiento de ese amor.